domingo, 9 de diciembre de 2007

A Vincent

Querido Vincent:
Me he enterado por un amigo común de que has decidido marcharte para no volver más. No te has despedido. No llevas equipaje, no lo necesitas. No sé cuánto tiempo llevabas pensando en marcharte, pero son de esas cosas que nunca se saben a ciencia cierta y que se deciden de verdad en el último momento, de forma precipitada. Quizá no te gustaba vivir donde vivías. En ocasiones es incluso difícil encontrar una razón. Me quedé muy sorprendido cuando me enteré de que te habías marchado, sobre todo porque pienso que a pesar de todo siempre es posible encontrar una salida sin marcharse. No te reprocho tu decisión. Es tuya. Te envío estas letras sólo para decirte que aunque apenas nos vimos las veces que se pueden contar con los desdos de una mano, siempre me causaste una muy buena impresión. Sé que detrás de esa fachada fanfarrona y chulesca, se escondía un ser encantador, cariñoso y, supongo, necesitado de amor. A veces no nos damos cuenta de lo importante que es sentirse querido, pero a veces también somos incapaces de dejar que el amor y el cariño que los demás sienten por nosotros penetre una capa demasiado espesa de defensa forjada a lo largo de momentos difíciles. No lo sé. Sólo sé que te echaremos de menos. Es curioso porque seguramente habríamos tardado años en vernos otra vez, o quizá nunca, o quizá apenas unas horas antes de tu marcha. En cualquier caso ahora que sé que ya no estás, te echaré de menos, a mi manera, pero te echaré de menos. Siento que te hayas ido. Sé que no volverás. Pero puedes estar seguro que mucha gente aquí te quería.
Cuídate, y cuida de todos nosotros.

A todos los que conocéis a algún Vincent, procurad que se sientan queridos