viernes, 30 de enero de 2009

Son los ojos

Son los ojos, siempre los ojos. Dos bolas sin consistencia suficiente, de deslizamiento perfecto, de blanco nuclear y manchas de colores. Que miran y se clavan dentro de ti. No puedes escapar, te atrapan en un brillo invisible que te rodea hasta asfixiar el alma y dejar sin aliento la razón. Que buscan en el infinito y no encuentran fin. Te persiguen sin apenas moverse, enfocando con precisión y deshaciendo tus defensas. Azules, verdes o marrones, o la mezcla de todos y ninguno cuando son negros. Que reflejan lo mejor y lo peor de ti y se quedan con la imagen dentro sin poder tocarla. Que dejan escapar lágrimas a borbotones o con cuentagotas. Que expresan miedo y valentía, alegría y desolación, o lo peor, indiferencia. Que en su imperfección son perfectos y que no necesitan nada, sólo un agujero que se abre y se cierra, mecanismo sencillo de una maquinaria imperfeccionable. Dame tus ojos, quiero hacerlos míos para ver lo que tu ves. Dame la luz que se refleja en esa paleta imposible de colores.
Son los ojos, siempre los ojos.

domingo, 11 de enero de 2009

Ya no

Me pediste que saltara. Yo miraba desde lo alto, y veía la distancia que me separaba de donde estabas tú. Las ganas de saltar estaban ahí, pero me daba miedo. Siempre he sido muy miedoso. Siempre he pronosticado grandes catástrofes que nunca se cumplen, siempre he tenido miedo de equivocarme y no poder dar marcha atrás. No tenía paracaídas, pero da igual porque si lo hubiera tenido no me habría fiado de que fuera a funcionar. Fallan en muy raras ocasiones, pero yo estaría convencido de que me iba a tocar a mí. Y seguí mirando desde lo alto. Te veía sonriendo, te veía mirándome con esos ojos que parecen sacados de otro mundo porque aquí no existen cosas tan bellas. Algo me empujaba a acercarme cada vez más al borde. Me decías sin palabras que no tuviera miedo, que ibas a estar ahí para recogerme antes de que tocara el suelo, que me salvarías con tus brazos fuertes, y toda la adrenalina liberada se convertiría en endorfina una vez hubiera aterrizado. Me tumbé en un par de ocasiones al borde y alargué los brazos para tocarte. Y lo conseguí. Sentí el tacto de las yemas de tus dedos y se me erizaron los pelos de cada centímetro de mi piel. Una electricidad que se desparrama por el cuerpo en ausencia de cables y que fustiga cada célula con una sacudida de vida que deja muerto. Sentía una fuerza cada vez mayor que me empujaba hacia el borde y a veces clavaba las uñas en la tierra intentando contrarrestar esa fuerza, que me arrastraba irremediablemente hacia el límite del vacío lleno de ti. Y gritabas, y pedías que saltara, pero lo hacías sin palabras, sólo con las chispas que salían de tus ojos y que me cegaban aunque cerrara mis párpados para no verte y escapar a toda influencia que no fuera la de mi razón. Una razón en horas bajas porque atisba la batalla perdida frente al corazón, que está ciego y está en una presa sobrecargada y llena de grietas.
Cada vez mi cuerpo está más cerca del filo, y la gravedad empieza a hacer su trabajo. El corazón ya ha ganado, el corazón ya ha pedido que salte, que no tenga miedo, que todo irá bien, y que una vez abajo encontraré el camino. Poco a poco una paz anhelada desde hace tiempo se apodera de mí, y me hace flotar sin estar suspendido, y tú miras como lentamente mi cuerpo va basculando hacia ti, como poco a poco se deja colgar en el vacío y empieza su viaje, lento al principio pero cada vez más rápido. Y yo me dejo llevar, me dejo soñar, me dejo acariciar por el aire que me opone su natural resistencia y que está cargado de partículas de ti, y desciendo con los ojos cerrados porque pienso que no es necesario abrirlos, porque tú estás ahí, y tú me ves volando, consciente de que he saltado.
Abro los ojos y de repente te veo con los tuyos llenos de diminutos cristales rotos en estado líquido, y creo que es de emoción. Entonces veo como intentas levantar los brazos para recogerme, pero no responden, no se separan de tu cuerpo, a veces da la sensación de que por fin adoptan la posición que te permitirá recogerme, pero en seguida vuelven a pegarse al cuerpo con una fuerza brutal, tan brutal que la oigo, como si otros brazos más fuertes que los tuyos te impidieran hacer lo que querías hacer. Y sigo cayendo, y ya no me puedo agarrar a nada, y sé que ya es muy difícil que me puedas recoger, pero siempre veo la esperanza en el más mínimo rayo de luz de tus ojos. Empiezo a oír tu lamento, y un lo siento que vaticina lo peor. No sabes qué te pasa, no sabes cómo de repente te has quedado sin fuerzas. Me intentas tranquilizar diciéndome que todavía no desespere, que necesitas encontrar la fuerza en ti otra vez. Y yo poco a poco voy perdiendo la esperanza, porque sé que es una fuerza que una vez perdida es muy difícil volver a encontrarla. Mi colisión es inevitable y estoy a punto de estrellarme, sálvame.
...
Y al contrario del final de las películas, me estrello contra el suelo. Porque no me has recogido. Porque tus brazos ahora abrazan a otro. Mi corazón estalla en mil pedazos, y todos los trozos quedan esparcidos por el suelo. Quieres ayudarme a recuperarme del golpe y en mi aturdimiento me dejo tocar. Pero me doy cuenta de que ahora siento tu tacto frío, que incluso me produce rechazo. No puedo creerme que me haya caído de tan alto, no puedo creerme que me haya estampado de morros contra el suelo. Yo siempre tan cuidadoso, yo que nunca doy un paso sin tener claro que voy a poder dar otro más.
Ahora no, pero quizá con el tiempo me dé cuenta de que era lo mejor. A pesar de todo siempre he tenido suerte en la vida, siempre he tenido un ángel de la guarda que ha velado por mí. Recojo poco a poco los infinitos trozos de mi corazón y empiezo a pegarlos, y cuando los haya pegado, lo puliré hasta dejar las marcas apenas visibles. Te perdonaré porque soy incapaz de guardar rencor, una de esas virtudes tan menospreciadas pero de tanto valor. Te deseo lo mejor, te deseo que encuentres tu camino. Aunque sea sin mí. Buena suerte. Y sabes que siempre seré tu ángel.